Tienda de Arnau Mir de Tost |
La rivera del río Guadalope fue el escenario de un gran campamento, que se
alzó como por arte de magia, transportándonos a otra época. Era como si las
pinturas del Castillo de Alcañiz, con su campamento calatravo, sus escenas militares
y de vida civil, hubieran cobrado vida a una milla de sus muros.
Momento de relax en el campamento. |
El sábado en el campamento hubo tiempo para todo, también para escenas
humorísticas. El caballo de trapo del pequeño Arnau dio mucho juego junto a una
peluca de pelo lacio que rondaba por el campamento. Al final, los caballeros
más aguerridos parecías finas damiselas.
Y menudo juego que dio un pequeño arco de madera que compré para mi hijo.
Todos querían jugar a ser Guillermo Tell y derribar una manzana en la cabeza de
alguna víctima improvisada, provocando el hazmerreir de los espectadores.
Tienda de Feudorum domini |
La gran batalla
Pero llegó el momento de ponerse serios. La batalla estaba próxima y había
que pertrecharse. Sin duda, la puesta en escena estuvo muy cuidada, con
elementos que dieron mucho juego como el antiguo muro del Fortín Carlista, donde
se instaló un portón de madera levadizo o el impresionante trebuchet. El
argumento de la contienda también fue realmente sofisticado, dotado de varios
giros inesperados.
Un reducto de los últimos templarios de la Corona de Aragón en búsqueda y
captura se aproximan a Alcañiz en busca de la protección de sus hermanos
Calatravos, pero un grupo de almogávares a las órdenes del rey y de la Iglesia
está pisándoles los talones. Al final, los del Temple logran entrar al
castillo gracias a la acción disuasoria de varios caballeros calatravos que
hacen retroceder a los almogávares.
Foto de Gemma de Balaguer. |
A la avanzadilla almogávar se le suman las tropas de Jaime II que avanzan
con paso firme. El rey decide enviar una comitiva encabezada por el obispo para
intentar negociar, pero no hay atisbos de acuerdo. El Obispo exige a los
calatravos la entrega de los templarios en nombre del Papa, pero estos se
niegan en redondo a traicionar a sus hermanos. Habrá contienda entonces.
Los almogávares vuelven a la carga, esta vez a manos de un ariete, pero
reciben el ataque menos esperado. Un grupo de mujeres y niños se encaraman a
las almenas e inician una lluvia de piedras (simuladas) que obligan a retirarse
a los mismísimos almogávares. Sin duda, las caras de satisfacción de los más
pequeños tirando los proyectiles con saña se convirtieron en uno de los
momentos más emocionantes de la contienda.
Llegó la hora del trueno. Los operarios del trebuchet se mueven
habilidosamente para dejar lista la maquinaria. El primer proyectil no logra
superar la muralla, provocando las carcajadas de las órdenes militares, pero no
conviene subestimar al brazo del gigante. El segundo disparo da en el blanco,
siendo los vítores en este caso de las fuerzas reales.
Foto de Gemma de Balaguer. |
Acto seguido, las tropas se enzarzan en una melé. Allí estaba yo, entre las
huestes reales. Resulta especialmente doloroso enfrentarse a un hombre de armas
cristiano y súbdito de la misma Corona. ¡Qué lástima echar a perder la valía militar de estos hombres cuya
destreza es tan necesaria para combatir al enemigo musulmán! Pero no me queda
otra opción, matar o morir. Si me niego a luchar, perdería rango, tierras y no
sólo eso, sería inmediatamente ejecutado para escarmiento del resto de la
tropa.
Al final, a los pocos templarios que se mantienen en pié se les ofrece la
posibilidad de salvar su vida si se arrepienten, pero se resisten. Quieren
morir con honor, ¿y quién soy yo para negarles una muerte digna? Es una
victoria con sabor amargo... Toca beber en la taberna, esperando que la dulce
hidromiel haga desaparecer esa sensación.
Al día siguiente, una vez sometido, pudimos acceder al interior del
Castillo de Alcañiz. En el primer piso descubrimos las pinturas de un
campamento calatravo frente al cual desfilan tropas nobles. En la torre del
homenaje se puede ver la entrada de Jaime I a Valencia, una escena preciosa.
Daba la sensación que los presentes pudiéramos mimetizarnos con las pinturas.
Y así, con esos bellos murales en mi memoria, me alejé de Alcañiz con el
vivo recuerdo de lo acontecido. Con la sensación de que nuestros caminos, algún
día, se volverán a encontrar.