Después de varios años asistiendo
como público a eventos de recreación medieval, por fin voy a poder hacer
realidad el sueño de convertirme en un humilde vasallo del Medievo y, si Dios
lo quiere y cuento con las mínimas destrezas empuñando la espada, servir como
hombre de armas. Será el 20 y 21 de julio en Bagà gracias a la invitación del
grupo Arnau Mir de Tost.
Con el fin de prepararme para este
primer viaje a la Edad Media, durante los últimos meses he estado avituallándome de los diferentes elementos de la indumentaria de la época. He tenido la suerte
de poder contar con el buen hacer en la costura de mi querida madre, sin duda
la mejor costurera del reino ;-), quién se ha encargado de mis ropajes de la vida civil.
Calzones medievales. |
¡Cómo disfruté con las sesiones de sastrería medieval!
Primero me coloqué los calzones. Al ver esta prenda me quedé impactado, pues
ocupaba casi dos plazas enteras de mi sofá. En la web que lo compré ponía talla única,
pero cuando lo vi pensé: esto es para un señor de 150 kilos. Lo que pasa es que
va con un cordel atado a la cintura y queda abombachado.
Encima van las calzas,
una especie de pantalones con cada pernada por separado que van atadas a los
calzones. Esta prenda será precisamente mi próxima adquisición. Es cierto que sólo con los calzones
te sientes algo ridículo, como una especie de bufón de la corte. Suerte que
después con las calzas parece que se recupera la dignidad.
La gozada es cuando te pones la saya o túnica, que se ensancha por la parte de abajo. Eso le da un vuelo que
transmite elegancia. Vaya, que yo cuando me la puse, me dieron ganas de
inventarme algún baile medieval porque la verdad es que la prenda da juego. O
de repente te da por hacer grandes gesticulaciones o reverencias para anunciar
la presencia de su majestad la reina ;-)
Sin olvidar las botas, un modelo de
piel con la suela tachonada, es decir, pequeños remaches en las suelas para no
resbalarse con la lluvia o el barro. Eso sí, al caminar por casa, parecía que
llevara zapatos de claqué...
Para poner la guinda al pastel,
la llamada crespina, el clásico gorro medieval. En casa me hacían bromas y
decían que parecía una holandesa con la cofia típica del traje nacional. Pero
yo, al mirarme al espejo, ya me veía caminando por calles empedradas en medio de la muchedumbre, oyendo los golpes del herrero, los cascos de los caballos al pasar, las monedas
de las casas de cambio y los brindis de la hidromiel en la algarabía de la
taberna…
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