sábado, 24 de noviembre de 2012

El humor irreverente de los Cuentos de Canterbury

Cuentos de Canterbury
Hace algunos años me leí esta obra de Geoffrey Chaucer, considerada una de las más importantes de la Inglaterra medieval. El libro narra la historia de un grupo de peregrinos de diferentes estratos sociales que coinciden en una posada al sur de Londres en su camino hacia la catedral de Canterbury, para venerar al santo Thomas Becket. El grupo, sin duda,  variopinto: un caballero, un molinero, un cocinero, un fraile, un mercader, un alguacil, un escudero, una priora y un erudito, entre otros. El tabernero les propuso un juego para que no se aburrieran durante el viaje: que cada uno contase un cuento con la promesa de un banquete para el mejor narrador.

Pues bien, yo quería hablaros del cuento del Alguacil, que narra la historia de un fraile de Yorkshire con muy pocos escrúpulos, que va chantajeando al populacho con la amenaza de las llamas del infierno para sacarles todo el dinero y las viandas que puede.

Después de extorsionar a diestro y siniestro, se dirige a la casa de una familia acomodada donde siempre es bien agasajado. El dueño está enfermo. Nuestro fraile se dirige a él con letanías y sermones, pero el amo lo deja en evidencia: “Estos últimos años llevo gastadas libras y más libras en toda clase de frailes y no he mejorado en absoluto”.

Catedral de Canterbury
El monje tiene la desfachatez de decirle que si está enfermo es porque no ha dado suficiente a la Iglesia.

Al final, el señor de la casa le dice al fraile que le dará algo para su convento, con la única condición de que lo reparta a partes iguales entre todos los frailes... Le dice que en sus nalgas tiene escondido un secreto. El fraile no lo duda ni un momento y cuando está escudriñando entre las posaderas, el enfermo le suelta un pedo –“ningún caballo de los que arrastran el carro jamás soltó uno tan ruidoso”–.
Entrada a la catedral de Canterbury


El fraile dio un respingo y salió de allí hecho una furia, maldiciendo y lanzando exabruptos.

Un regalo así, e incluso algo más escatológico, bien se merecerían personajes actuales de la iglesia como Benedito XVI y, sin ir más lejos, Rouco Varela, por algunas de las barbaridades que han llegado a decir.

¡Qué Dios me perdone! Lo que acabo de decir bien me podría valer la hoguera.

En cualquier caso, aunque el dicho reza “la venganza es un plato que se sirve frío”, no hay que desdeñar los poderosos efectos de una ventosidad caliente…