martes, 23 de julio de 2013

Bagà: un puente hacia el Medievo

El pasado fin de semana, multitud de hombres de armas y curiosos de diversos reinos se acercaron a Bagà con motivo del edicto del barón Galcerán de Pinós en el que se convocaba a todo aquel guerrero que quisiera sumarse a la conquista de Almería.

Las mesnadas se concentraron en dos campamentos, ubicados a ambos márgenes del río Bastareny, unidos por el popular Pont de la Vila, un puente del siglo XIV de tres arcos.

Arnau Mir de Tost y
Huestes de Medina Yarca .
Orden de la Espada.
Templers del Comptat de Barcelona.

El cronista que aquí escribe se estrenaba como miembro de la ‘compañía’ Arnau Mir de Tost, una oportunidad que me permitió descubrir varias curiosidades de la época, como aprender a montar una tienda medieval o un camastro de la época que resultó ser de lo más cómodo.

Cavallers de Urrea i Dames de Alcalaten.
Compartimos campamento con los Templers del Comptat de Barcelona, la Orden de la Espada, los Cavallers de Urrea i Dames de Alcalaten, las Huestes de Medina Yarca y los Guardianes de Castellar. La frondosa arboleda proporcionaba una confortable sombra adornada con el rumor de las ágiles aguas del Bastareny. Sin duda, un lugar lleno de magia.




Clan Hávamal y Clan Eire.
En nuestra visita al otro campamento, descubrimos que dicho destacamento no había perdido el tiempo. Los y las vikingas del Clan Hávamal, estaban bañándose en el río, ajenos a la baja temperatura de la corriente. ¡Cómo se nota que están acostumbrados a las gélidas aguas del norte! El Clan Eire, los Almugabares de Zaragoza y la Companyia Almogàver, organizadora del evento, se dedicaban a otros menesteres, como la práctica de la escritura medieval.

Y un jarro de agua fría fue, precisamente, la lluvia que cayó incesante durante la tarde, obligando a suspender la batalla en la que se escogerían a las mejores espadas para la conquista de Almería. En ese momento descubrí la gran practicidad del escudo para parapetarse de la lluvia, que más tarde se convirtió en granizo.

No nos quedaba otra que volver a los campamentos y refugiarnos bajo los toldos. En ese momento me puse en la piel de aquellos hombres de armas que debían soportar en sus tiendas la terrible espera día tras día hasta que llegara el momento de la batalla. Qué mejor forma de rendirles tributo que dedicarse a algunos de sus entretenimientos, como beber buen vino y explicar anécdotas de múltiples contiendas.

Los Almugabares de Zaragoza, amenizando la fiesta.
Al caer la noche, la lluvia nos dio una tregua y pudimos hacer el desfile de gala por las calles de Bagà. La villa se había vestido con sus mejores galas para recibir a las mesnadas. Los que más animaban el cotarro eran vikingos e irlandeses con sus canciones. En una de ellas ponían letra a la banda sonora de Juego de Tronos. Una letra ciertamente lasciva que de buen seguro hubiera despertado las más bajas pasiones de la mismísima Cersei.

En la plaza porticada, las diferentes compañías presentaron sus honores al barón y la baronesa del Pinós. Para culminar la celebración, los Almugabares de Zaragoza tocaron algunas canciones que desataron la algarabía en la plaza. El clímax llegó con el tema ‘Brindis de Taberna’ del grupo de folk aragonés Lurte.

Entrenando el día anterior a las lides.
A la mañana siguiente, por fin lució el sol. Se convocó a los hombres de armas para enfrentarse en las lizas. Hacia allí me dirigí yo con mi yelmo y equipo por estrenar, con el honor de poder lucir el escudo de Arnau Mir de Tost del que tan bien velaba el precoz escudero Arnau.

Cada participante tenía la oportunidad de dirimirse en cinco combates. Sentí en mis propias carnes el gran desgaste que suponía la lucha medieval. Al minuto, sentía mi respiración jadeante y la espada me pesaba como una gran maza. Notaba los tajos de la espada oponente sin haber visto ni siquiera por dónde venía el filo atacante. Eso sí, sin sentir dolor alguno gracias a la protección del gambesón y del yelmo, y a los filos romos, si no hubiera sido pasto de los buitres. La gran suerte era poder aprender de las diestras espadas que allí se congregaron y de los sabios consejos de estos veteranos.

La final, que enfrentaba a la Orden de la Espada y al Clan de Hávamal, se celebró en la plaza porticada con todos los honores. Después de un disputado combate, al final Odín pudo con San Esteban, que esta vez no escuchó las plegarias de Galceran el Pinós. La anécdota la protagonizó la baronesa, que viendo que el caballero vencido se resentía de un tirón en la pierna, no dudo en masajearle el muslo. Todo un ejemplo de dedicación a sus vasallos, aunque la escena provoco más de un comentario jocoso de los allí presentes.

Seguro que la próxima llamada a armas, en Balaguer el próximo mes de septiembre, también da mucho de sí. Allí estaremos para contarlo mi afilada pluma y este humilde servidor.