sábado, 8 de diciembre de 2012

El hacha y el arriaz chocan en Castrum Fidelis



Raudo y veloz he ido hoy con mi pluma y pergamino a Castrum Fidelis (Castelldefels), en cuyo castillo se han reunido varios hombres de armas con sus comitivas para medir amistosamente sus fuerzas en una serie de lizas.

La fortuna no me ha acompañado, puesto que se me han pegado las sábanas –no sé qué ha pasado que el gallo no ha cantado esta vez. De buen seguro que el muy galán anduvo cortejando toda la noche a más de una gallina– y cuando he llegado, justo acababan las lizas.

Pues ya que había venido hasta esta plaza, he ido andurreando y curioseando por el campamento pluma en ristre. Allí he visto a algunos miembros del grupo de recreación Arnau Mir de Tost, quienes amablemente me han invitado a sentarse a su mesa, a pesar de ir yo de esta guisa. ¡Cuan chirriaban mis ropajes del siglo XXI en ese enclave, válgame Dios!

Temía que algún guardia me echara de allí con una patada en mis posaderas, pero por suerte ellos y algunos miembros de la Companyia de Claramunt que también compartían la mesa me han encubierto y he podido compartir una amenizada charla con todos ellos.

Por la tarde el populacho esperaba paciente a que se abriesen las puertas del castillo para poder seguir disfrutando de la vida del campamento. La fachada del castillo se teñía de ocre por la caída del sol.

Con la noche y la calma regresaba poco a poco al campamento. Expresiones distendidas en los rostros… Justo en ese momento unos gritos aguerridos que emergían desde la puerta inundaron el ambiente –algún traidor había abierto las puertas, ¡maldito! –. Los soldados y caballeros defensores reaccionaron al instante, con sus armas en ristre, prestos para la batalla.

Los arqueros de uno y otro bando intercambiaron flechas, a lo que los caballeros respondieron con una formación cerrada de escudos.

Justo después, pudimos ver las caras a los primeros atacantes. Me lo temía: vikingos, como no podían ser otros. Su azote está haciendo temblar a los reinos cristianos… Esos hombres parecen salidos del mismísimo infierno. Con sus pieles y su planta corpulenta, se asemejan a grandes osos dispuestos a darte un zarpazo letal. En este caso, las hordas vikingas están encabezadas por los hombres del Clan Hávamál.

Pero ahí están nuestros caballeros cristianos, manteniendo la formación, en un alarde de disciplina y destreza técnica. Los vikingos hacen más ruido, pero los cristianos se guardan la fuerza para la espada.

Es plena noche y el recinto amurallado se inunda de destellos de las hojas en su danza de la muerte…

Los defensores de la plaza están haciendo valer la ventaja de estar en un terreno en pendiente. Aunque ésta sea ligera, cualquier factor por pequeño que sea puede decantar la contienda.

 Al final, la cruz del arriaz y la hoja han doblegado el hacha vikinga. Castrum Fidelis vuelve hacer honor a su nombre de plaza fiel e inquebrantable.

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