sábado, 16 de abril de 2016

El 'ora et labora' vuelve al Monasterio de Les Franqueses

Monasterio de Santa Maria de les Franqueses
Todavía siento en mi espíritu el gozo que me produjo haber asistido al peregrinaje del Monasterio de Santa Maria de Les Franqueses a principios de abril. Allí conseguí hacer penitencia por algunos viejos pecados y reconciliarme con el Señor.

Pues resulta que yo soy notario del Conde de Urgell Ermengol VIII y al enterarme que hacían un peregrinaje a Les Franqueses, decidí escribir a la abadesa para ver si podía asistir. Le confesé que de niño iba habitualmente con mis amigos a los alrededores del monasterio y nos entreteníamos haciendo travesuras a las pobres monjas, poniendo arañas en los hábitos tendidos o pimienta en las sagradas hostias. ¡Que Dios me perdone!

En fin, que solicité a la Abadesa si podía hacer la peregrinación y recibir la absolución de estos pecados que vienen de lejos. Berenguera de Rocafort aceptó y me impuso como penitencia escribir un documento notarial para una infeudación -ya os contaré ya, cómo se complicó la cosa-.

Al llegar a Les Franqueses me invadió una avalancha de imágenes de la niñez. Sentía las risas y las carreras delante de la abadesa, mientras nos gritaba: ¡arderéis en el infierno!

El sábado se celebró una comida multitudinaria en el refectorio del monasterio. En la mesa principal se sentaron las hermanas junto con los nobles y autoridades. Los peregrinos estábamos en las dos mesas restantes. Algunos comíamos con fruición, pues habíamos caminado durante muchas horas bajo un Lorenzo que ya empezaba a castigar.

La misa de la tarde fue especialmente emotiva. Entre los maravillosos cánticos de los juglares y los rayos celestiales que se proyectaban por los ventanales del ábside, sentir el éxtasis estaba al alcance del más incrédulo.

Las hermanas nos llevaron a los peregrinos a dar un pequeño paseo por los alrededores del monasterio. Allí fue cuando Berenguera confesó la dificultad de mantener tantas tierras y la necesidad de infeudar el monasterio para garantizar la supervivencia de la comunidad.

De hecho, justo después se llevó a cabo la ceremonia de infeudación, donde intervine como notario. Hubo momentos delicados de estira y afloja entre la abadesa y Pedro de Aula, el leridano que adquirió los derechos de explotación de las propiedades monásticas.

Uno me decía, -Cambia esto-, el otro, -Borra esto-. El escollo principal era la cantidad total de la operación. Que si 2.000 áureos es una cifra razonable y de aquí no bajo, que 1.600 es lo máximo que puedo ofrecer... La abadesa intentaba hábilmente jugar la carta de la absolución en favor de sus propios intereses:

Foto de Alberto Camacho.
-Intentar regatear a una abadesa no es la mejor manera de conseguir la salvación eterna, no creéis?- Finalmente, 1.800 áureos y 500 sueldos censales anuales. Cuando firmaron todos los testigos respiré aliviado. Al fin y al cabo, aquel contrato también sellaba el perdón de algunos de mis pecados.

El domingo, Miquel me invitó a unirme a una cacería por los alrededores del monasterio. A orillas del río hay unos caminos preciosos, donde la luz se filtra entre las copas de los árboles. Vimos huellas de jabalí y finalmente pudimos cazar uno con la ayuda inestimable de nuestro compañero Xavi, que se dejó la piel...

Fuimos a un tramo del río donde las rocas ofrecen unas formas sinuosas por el desgaste del agua y
donde se forman pequeños charcos cuando llueve. Alguien se imaginó que allí se debían bañar las monjas ... lo que provocó más de una sonrisa jocosa. Enseguida nos pusimos en marcha para borrar de nuestra mente estos pensamientos pecaminosos.

Bueno, dejemos atrás el 1219 y volvamos al 2016. Esta recreación en Santa Maria de les Franqueses fue el marco de presentación del grupo Recognoverunt Proceres, formado por Arnau Mir de Tost y las Dames de Salern. Colaboraron el Ayuntamiento de Balaguer y el Museo de la Noguera.

De hecho, el domingo se realizó una visita guiada al Monasterio por parte del Museo mientras los recreacionistas dábamos vida a las diferentes estancias del cenobio: el huerto, el despacho de la abadesa, la cocina, el telar y el escriptorium.

Al final, todos los peregrinos volvieron sobre sus pasos con el recuerdo de un rincón cargado de espiritualidad y paz. Así es el Monasterio de Santa Maria de las Franqueses.



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